"Estampas del faro": El Sicilia de Gabriel Miró y el naufragio del Sirio





Estampas del faro" forma parte de una serie de relatos que Gabriel Miró publicó en el periódico barcelonés La Publicitat entre 1919 y 1920 y que fueron recogidos en el libro El ángel, el molino y el caracol del faro, publicado en 1921.


"¿Y suceden naufragios? ¿Veré yo naufragios? Me ha mirado el viejo hasta el corazón. Hace tres semanas se hundió el Sicilia. Aún salen ahogados".


"Vi los torreros; dos hombrecitos diminutos que quitaban la túnica de lona azul de las lentes talladas. Una dulce lumbre de topacio comenzó a prismatizarse en los destellos. Pero necesitaba la lente maravillosa de la noche que se lleva los brazos del fanal encima de las aguas."

"Dicen que brinca siempre, hasta en las calmas. Es la llaga del mar, que se ha quedado abierta por la proa del Sicilia. Se hundió el barco resbalando de espaldas, y está acostado encima de otros buques. Vertiendo aceite se les ve dormidos entre pliegues de aguas hondas. Una llamarada glacial de peces va recamando las siluetas recónditas, que en seguida se juntan y se deshacen como una pasta y una bruma verdosa. Aun tiene el Sicilia los toldos tendidos, y a su umbría siguen los pasajeros volcados en los sillones de mimbre y de lona donde reposaban la siesta. Un grupo femenino va derritiéndose entre un temblor de muselinas, de telas blancas, estivales. Y una señora sigue apoyada en la borda como en el balcón de un jardín delicioso, inclinándose apasionadamente a lo profundo. Se le han desatado los cabellos entre las aguas y se le tuercen y alisan como algas, y se le abren como un loto".

"«Treinta y ocho»: un señor belga; llegó con un contorno de morralla, como una orla de plata hirviente; el rostro casi hueco, hundido en la hiel del mar. Llevaba pantalón de alpaca, camisa de seda, tirantes morados, y en el cinturón siete monedas de oro. Está a su lado el «Noventa y dos», muy grande y calvo, con los anteojos abiertos, colgándole de una cinta de terciopelo que tenía tres nudos. En la última sepultura, la del linde de las barbecheras, no hay nadie; pero aún puede servir. Allí estuvo un obispo americano. Monseñor y su familiar se arrojaron desde el puente, agarrados al mismo salvavidas. Su disputa fue corta: -«¡Déjamelo!». -«¡Suelte, suelte, monseñor!». Monseñor dio un alarido y tuvo que soltarse. Se presentó un capellán de la Curia pidiendo su cadáver, y al desenterrarlo se le vio una ingle rota a puntapiés. Casi todos los cadáveres de mujeres aparecían con las orejas rasgadas."

"Vi fugazmente el brinco de espumas de la proa del Sicilia. Entonces no tenía el blancor y la inocencia de cordero; era de un relumbre amarillento de bestia flaca, que no se sacia de roer el filo de una carroña de muladar. Sirvió de guía a unas barcas que acudieron mudas y negras en las primeras tardes del naufragio. Sus tripulantes se sumergían buscando las joyas y carteras de los ahogados. Un patrón resistió hasta llegar al camarote de más lujo, el de un matrimonio de Florencia que hacía su viaje nupcial. Del damasco rojo de la litera colgaba una pierna desnuda de la novia; las manos, resplandecientes de sortijas, se trenzaban con ímpetu en la nuca del esposo. La puerta se cerró; la movería el agua; la empujaría un marinero que escapaba de la asfixia. Y el patrón se ha quedado dentro del acuario del camarote con los dedos en un manojo duro y retorcido sobre la frente, en una imprecación desesperada a los bellos esposos que se besan en su urna de mar".

"... El mar acercaba otro cadáver. Venía muy despacio, meciéndose en la cuna de una onda callada, lisa y buena. Se paraba; nos evitaba un momento; volvía; se apresuró bajo un destello del faro. Tropezó en la arena del fondo somero, y vimos que toda la figura se detuvo retemblando. Era una monja jovencita. Su hábito, plegado reciamente, como de piedra, la cubría hasta los pies, que empezaban a deshuesarse; luego, ya toda intacta, y sus manos, juntas, encima de lo último del vientre, en una actitud pudorosa de virgen. Fuimos nosotros la justicia, los sacerdotes y los sepultureros. Sor María del Mar la llamamos al enterrarla en la fosa vacía de monseñor.
Toda la playa me pareció un cementerio de abadía, y los santos, acostados, me miraban".

La proa abierta, el barco hundiéndose de espaldas, la siesta, la joven monja, el obispo americano, la pareja florentina recién casada...  Las similitudes entre el relato de Gabriel Miró y la historia del Sirio son evidentes. El poeta cartagenero Antonio Oliver Belmás aporta datos concluyentes en su obra Naturaleza y poesía en la obra de Gabriel Miró.

En una de las Misiones Pedagógicas que organizó Antonio Oliver en 1933 en la Escuela de Cabo de Palos "para hombres y mujeres del lugar," cuenta el poeta que leyó ante los asistentes varios fragmentos de las "Estampas del faro" de Miró y que algunos de los presentes que participaron con sus barcos en el rescate de náufragos reconocieron en el Sicilia del relato al buque italiano Sirio. Según Oliver, “la familia de Miró se hallaba aquel verano en Cabo de Palos, en casa de su tío, el médico cartagenero Antonio Ferrer, mientras que Miró, retenido por sus quehaceres, permanecía en Alicante". Los hermanos Buigues fueron a Alicante en su Joven Marcos, y de parte del doctor Ferrer buscaron allí a Gabriel Miró, invitándole a marchar a Cabo de Palos. Cuentan que Miró se entusiasmó ante tan magnífica oportunidad. "Se creería acaso un héroe clásico, que iba a surcar aquella mañana el Mediterráneo. Aceptó jubiloso”, dice Oliver. Durante el viaje en el Joven Marcos, Bautista Buigues y sus hijos relatarían al escritor con detalle los acontecimientos del “Sirio”, y años después el recuerdo de esa historia, “reelaborado y quintaesenciado”, como apunta el estudioso y amigo de Miró Heliodoro Carpintero en su obra "Gabriel Miró en el recuerdo", resurgió en sus "Estampas del faro", incluídas en el libro El ángel, el molino, el caracol del faro.


En el artículo de Oliver Belmás se concreta, además, alguna de las costumbres que el escritor tenía en sus estancias en la costa cartagenera: “En Cabo de Palos, Gabriel Miró pasaba largas horas en el llamado “Puesto del Cura”, donde se entregaba a la contemplación y al ensueño. Le gustaba ver desde las calas, la salida de la luna. No recataba su entusiasmo por las grandezas panorámicas de Cabo de Palos, a cuya torre –sombra que no quiso pisar– subió sin duda alguna más de una vez". A primeros de septiembre de 1906, Miró regresó a Alicante a bordo del Joven Marcos, volviendo en 1907, en 1910, "y aun años más tarde a Cabo de Palos, pero nunca ya de aquella forma tan deliciosa y sugestiva”.

Recoge también el escritor Mariano Moreno Requena en su artículo "Miró y Murcia", que el escritor y pintor de La Unión, Asensio Sáez, que recibió de Clemencia Miró, la hija menor del escritor, el encargo de realizar las ilustraciones para unas ediciones de lujo de las novelas de Oleza y El ángel, el molino, el caracol del faro, señaló "el sincero afecto que la familia Miró mostró siempre por Cabo de Palos y su mar". En un artículo escrito para conmemorar la muerte de Clemencia, con la que mantuvo una frecuente relación epistolar en la etapa final de su vida, se apunta el deseo de ésta por volver a Cabo de Palos, lugar de los recuerdos de su infancia. “Releo sus cartas. Constantemente, –escribe A. Sáez– la alusión al paisaje gozado,al mar de la infancia: Cabo de Palos. El gran cirio del faro, la arena blanca de la Manga del Mar Menor, el molino de ocho velas... “¿Hay en Cabo de Palos un hotel aceptable? ¿En la Barra, la playa, dónde?” (...) El mar. El mar siempre. ¿Un hotel aceptable en Cabo de Palos? No, no hubo hotel aceptable. Entonces Cabo de Palos era todavía un lugar recoleto, perdido en una esquina de Murcia. Ahora, decía, a los trece años de su muerte, en una tarde de invierno adelantado, con lluvia –¡porqué lloverá sobre el mar!–, he vuelto a pasar, una vez más, ante la casa de Cabo de Palos donde los Miró habitaron muchos veranos”.

Sigue contando Mariano Moreno que "en otro artículo de Asensio Sáez publicado en ABC, en esta ocasión para conmemorar el centenario del nacimiento del escritor alicantino (1979), hallamos nuevas informaciones acerca de las costumbres de Miró en sus estancias en Cabo de Palos, así como otras muestras de los buenos recuerdos que la familia Miró guardaba del lugar": Antonio Ros, oftalmólogo español afincado en México y vecino de Miró los veranos en Cabo de Palos, refiere a Asensio Sáez cómo el escritor solía invitarle a "acompañarle por el acantilado, a lo que él llamaba ‘sacar la luna’. Por el roquedal, salvando vacíos y recibiendo el rocío bautismal del oleaje, ganaba el horizonte despejado, el agua desnuda y grande, para aguardar, efectivamente, expectantes, el acontecimiento de ver nacer la luna, redonda como la corona de los santos, entera y blanca, goteando mar”.

Como dice Antonio Oliver en "Naturaleza y poesía en la obra de Gabriel Miró", el autor "incorpora a su labor literaria esta zona geográfica de la provincia de Murcia, que inmortaliza para siempre” en las páginas de las "Estampas del faro".

Pero, por si había alguna duda, queda la afirmación tajante de Antonio Oliver en el capítulo "Un viaje marítimo de Miró", perteneciente al ensayo Última vez con Rubèn Dario: literatura hispanoamericana y española.

"No eran imaginaciones de poeta esos collares de ahogados que con la espuma del mar se colgaban en su pecho caliente las playas. Aquel matrimonio de Florencia que hacía su viaje de bodas, aquel monseñor y su familia que disputaron vanamente por el mismo salvavidas, aquella monja jovencita que Miró llamó Sor María del Mar, fueron todos pasajeros no de El Sicilia sino en verdad del buque italiano Sirio que se fue a pique en la Hormiga el 4 e agosto de 1906, a las cuatro de la tarde, con 1.800 pasajeros de los que sólo se salvaron 800. Miró hizo el viaje desde Alicante a Cabo de Palos el 15 del mismo mes, reciente aún la terrible tragedia. Por entonces el alumbrado marítimo de La Hormiga -la isla de la estrella roja- estaba servido por dos torreros que residían allí y a los cuales los lunes la barca del corsario, la de Luis Ruso, llevaba víveres si el estado del mar lo permitía. Estos dos torreros que pasaron a residir en tierra en 1920 por haberse instalado en La Hormiga un aparato de luz permanente, de acumuladores de acetileno y válvula solar (datos facilitados por Ángel Rojas Veiga, jefe de la estación costera radiotelegráfica de Cabo de Palos) eran en 1906 don Antonio Pallarés y don Antonio Castañeda, que prestaron en La Hormiga quince años de servicio ininterrumpido."

"Estampas del faro": El Sicilia de Gabriel Miró y el naufragio del Sirio forma parte del libro de Ángel Rojas El Naufragio del Sirio